por Ignacio González Lowy
Publicado en riobravo.com.ar
Nos preguntamos cómo fue que para algunos el Encuentro Nacional que reunió a 30.000 mujeres para discutir sobre sus problemas, necesidades, luchas y derechos, pasó a ser menos importante que las provocaciones y los graffitis de unas pocas entre la multitud. En esta nota, intentamos una respuesta.
Paraná fue, entre el 9 y el 11 de octubre pasados, sede del XXV Encuentro Nacional de Mujeres (ENM). El mismo comenzó con un acto de apertura, realizado en el Parque Berduc, continuó con la realización de 55 talleres (de más de un día de duración cada uno de ellos), algunos de los cuales se desdoblaron en hasta 30 grupos, que se llevaron a cabo en 25 escuelas, incluyó una imponente movilización de más de 30.000 personas por el centro de la ciudad, una peña y múltiples actos culturales, y finalizó nuevamente en el Berduc, con un acto en el que se leyeron las conclusiones de todos los talleres y se eligió, democráticamente, a Bariloche como la sede del próximo encuentro, a realizarse el año que viene.
En la movilización, grupos minoritarios se dedicaron a dejar sus consignas estampadas en las paredes de domicilios particulares, las vidrieras de algunos negocios y varios edificios públicos, entre los cuales se encuentran algunas de las escuelas en las que el propio ENM funcionó. Esto sirvió de excusa para que los referentes más previsibles del periodismo reaccionario vernáculo dieran rienda suelta a la bronca que les dio ver semejante movilización, autónoma y democrática, en la ciudad durante tres días: obviamente, el balance incluyó las pintadas, pero casi ni una línea dedicaron (algunos medios, no todos) al debate, al compromiso y al esfuerzo de las miles de mujeres que se dieron cita en el encuentro.
Los talleres, corazón del encuentro
“Para muchas de nosotras, el Encuentro es el único lugar donde podemos contar lo que nos pasa…” Con estas palabras, entre otras, la Comisión Organizadora dio el puntapié inicial al ENM el sábado por la mañana, en un impresionante acto que reunió, en el Parque Berduc y bajo un sol duro, más veraniego que primaveral, a 25.000 mujeres. Y no es mentira: la violencia de género (incluyendo el cada vez más habitual, en Argentina y Entre Ríos, feminicidio), la complicidad del Estado en la trata de personas (que incluso en nuestra provincia implica el secuestro, la “comercialización” y hasta la esclavitud en las redes montadas a tal efecto), la violencia física y psicológica contra las mujeres, dentro y fuera de las familias, el maltrato y el abuso infantil, la identidad, la educación sexual, la salud, la política, los derechos humanos…; son temas que indudablemente en incalculable cantidad de familias, de barrios, de medios de comunicación, de ciudades, de oficinas estatales y dependencias policiales, son tabú aún hoy; digan lo que digan los que dicen que somos una sociedad “moderna”, “civilizada”, “democrática” y todo eso que en los libros de cuentos de la editorial Santillana suena tan lindo.
De hecho, esta necesidad de expresarse, de contar y ser escuchadas, de escuchar y discutir propuestas (no sólo descripciones), se ve reflejada en la composición de la masa asistente a los ENM. Son miles las mujeres que llegan hasta la ciudad donde el Encuentro se realiza, luego de haber juntado peso por peso en actividades grupales y solidarias durante todo el año, en sus ciudades y provincias de origen. Mujeres humildes, trabajadoras, que llegan cargando sus hijos a veces, sus dolores y privaciones casi siempre. Mujeres que conocieron todas las penurias posibles y quizá no tuvieron ningún ámbito, público ni privado, en el que pudieran ser contenidas, apoyadas, acompañadas. Allí, en el Encuentro, uno las ve apurarse por llegar a los talleres, ávidas de discusión, leyendo los volantes y revistas que tantas de ellas escriben y tantas otras reparten, organizadas en agrupaciones o no, y con sus dramas personales que, eso sí, allí nadie dudará que siempre, por más “individuales” que parezcan, son políticos y son sociales. Mujeres que en muchos casos debieron sortear duras trabas (familiares, laborales, económicas, estatales…) para llegar. ¿Cómo no va a ser, entonces, tan sencillo y sentido su “himno”?: “Qué momento, qué momento, ¡a pesar de todo les hicimos el Encuentro!”
Así, las madres del Paco se cruzan con las madres del dolor, las mujeres que lucharon contra la represión en Bariloche con las ambientalistas de Gualeguaychú procesadas por el gobierno nacional, las trabajadoras de la paranaense fábrica recuperada Ejemplar, con las que protagonizaron las luchas históricas de Kraft - Terrabusi, Zanón y Renacer, las que acamparon días y noches en la autopista luchando por el trabajo en Paraná Metal y las que lo hacen luchando por tierras, por la reforma agraria y por soberanía alimentaria… Las historias y experiencias fluyen, como un arroyo imparable, retroalimentándose y enriqueciéndose; el Encuentro se desborda, como un río incontrolable, y las mujeres van y vienen, y hablan y se escuchan; como tantas de ellas no pueden hacerlo en casi todo el resto de los días del año…
La vida
Los grupos más reaccionarios y conservadores de militantes de la Iglesia Católica Argentina denuncian al Encuentro como “abortista”, y lo enfrentan (incluso gas pimienta en mano, como el sábado pasado en la Escuela Sarmiento) en defensa de “la vida de los niños por nacer”. Si bien, de más está decir, no existe mujer ni hombre en el mundo que esté “a favor del aborto” (como si alguna mujer disfrutara abortando, para volver a “encargar un chico” y poder así abortar de nuevo, como un hobbie), efectivamente la gran mayoría de las mujeres que participa en el Encuentro coincide en la necesidad (y lucha por ella) de conseguir la legalización de la interrupción voluntaria de los embarazos no deseados. Las mujeres que no comparten esta visión son escuchadas también en el Encuentro y, de hecho, el día de cierre leyeron sus conclusiones con sus posturas también en el Parque Berduc.
Pero, ¿por qué es que esta discusión en particular (que, insistimos, es una entre tantas en el Encuentro) genera tanta polémica y rechazo en ciertos sectores de la sociedad? Ocurre que el ENM lo que hace es poner en palabras lo que durante todo el año, desde siempre, tantos (con la Iglesia Católica como principal referente) se ocupan en barrer bajo la alfombra de la hipocresía y el silencio: los abortos en Argentina existen, se realizan, y por miles. No por gusto: son fruto en muchos casos de la falta de recursos materiales y/o culturales para la planificación familiar, de la deficiencia en la educación sexual, de abusos y violaciones… Ocurre también que, y también lo dicen mayoritariamente las participantes de los ENM, las mujeres que mueren (una por día en el país) por abortos realizados en condiciones antihigiénicas, insalubres y precarias, son siempre las mismas: mujeres pobres. Otras mujeres, tantísimas también, tienen acceso a clínicas privadas en las que, en condiciones de asepsia y seguridad garantizadas, realizan sus abortos por hasta 3.500 pesos sin que nadie más se entere. Familiares de éstas últimas, probablemente, estén entre los que se rasgan las vestiduras cuando ven a tantas mujeres trabajadoras discutir, en voz alta y sin tapujos, alrededor de su ya célebre consigna / reclamo: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Así, del mismo modo en que tantos gerentes serios y pulcros son clientes fijos de las redes de prostitución pero no dudan en calificar despectivamente de “putas” a las mujeres que se organizan para luchar por sus derechos; los sectores ultrarreaccionarios de la Iglesia que traban e impiden la concreción de una educación sexual pública realmente masiva y sostenida en el tiempo, los que prometen que atarían una piedra al cuello y tirarían al mar a los funcionarios que osen implementar (con todos los límites y deficiencias que le conocemos al Estado argentino) la distribución de preservativos en hospitales y centros de salud, los que están en contra de la generación de condiciones de igualdad ante el aborto, por parte del Estado, para las mujeres “bien” y para las pobres; esos mismos sectores son los que califican de “asesinato” a la interrupción del embarazo no querido en las 12 semanas posteriores a la gestación.
“No defienden la vida, sino el aborto clandestino”, señalaba un volante. Efectivamente, los abortos clandestinos realizados en condiciones de pobreza son la principal causa de muerte materna desde hace más de 20 años en el país (“El aborto en debate”, Mariana Carbajal). Además, “que una de cada cuatro mujeres cometa errores en la toma de la píldora y que el 29% de los embarazos no planificados ocurra justamente por alguna equivocación en la forma de usar la píldora es una tendencia común en América latina y es un patrón de falta de educación sexual” (Alicia Figueroa, ginecóloga, miembro del Comité de Desarrollo del Celsam). Llamativamente, todas las medidas que llevarían a una reducción real de la cantidad inmensa de embarazos adolescentes (más de 100.000 por año en Argentina) y de abortos, son las que estos sectores “religiosos” combaten.
Porque el aborto es uno de los principales factores de la “inseguridad” generada por este Estado de tantos modos y en tantas vidas “ausente”, porque la falta de información, educación y recursos, obliga a miles de mujeres a tener que abortar y a arriesgar sus vidas y su salud de este modo, porque esta “decisión” no es una responsabilidad individual sino una imposición social; es por todo eso que más de 280 organizaciones sociales en Argentina, los consejos superiores de por lo menos tres universidades nacionales y la organización de derechos humanos internacional Amnistía Internacional, sólo por ejemplo, se han proclamado a favor del fin de la penalización del aborto y de la represión y el castigo a las mujeres pobres que lo realizan.
En fin: que los que miraron para otro lado cuando el Estado secuestraba, violaba, asesinaba y desaparecía y les robaba los hijos a miles de argentinos (tantísimos de ellos católicos), ahora se erijan en los grandes defensores de “la vida” frente a estas mujeres que recorren miles de kilómetros todos los años para juntarse a discutir cómo luchar para conquistar mejores condiciones de vida, para ellas y sus vecinos; es paradójico, increíble, irónico y, sobre todo, hipócrita. Sus miradas son tan hipócritas, machistas, racistas y elitistas, como lo fueron aquellos jueces que desde el púlpito condenaron a Romina Tejerina… y dejaron en libertad a su violador.
La marcha
Pese al silencio casi unánime de la gran cadena nacional de medios privados (sólo Página 12 le dedicó su portada, el lunes), la movilización de 30.000 mujeres por la ciudad de Paraná (inédita para una marcha política por estos pagos) fue imponente. Desde el ya conocido “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, pasando por “Ni golpes de Estado, ni golpes de machos”, “Si una mujer dice no, es no”, “Soberanía de los pueblos y de los cuerpos”, “Ninguna mujer nace para puta”, hasta el canto de “Vení Urribarri, vení a contar, por qué Fernanda acá no está”; las consignas se repitieron por miles en diversidad y cantidad, en pancartas, panfletos y, sobre todo, en canciones. En la capital de la provincia en la que María Inés Cabrol murió sin haber podido encontrar a su Fernanda, y en la que hay un solo detenido por delitos vinculados a la extensa y archiconocida red de prostíbulos en los que mayores y menores son explotadas sexual y laboralmente, en el centro-este de un país atravesado, cada vez más inocultablemente por la violencia de género, donde las golpizas contra las mujeres se multiplican por miles en barrios y casas sin diferencia de clase social, y las comisarías de la mujer no funcionan o lo hacen a media máquina; allí fue que sus gritos retumbaron y quedaron marcados, mucho más que los graffitis, en el aire, en las calles, y en la piel y la memoria de las manifestantes.
“Algo cambia en cada mujer que participa”, “el Encuentro somos Todas”; son otras de las frases que no son huecas, vacías ni idealistas: se hacen carne y experiencia vívida en miles, venidas de todo el país.
Las locas
¿“Con qué derecho estas mujeres vinieron a destruir mi ciudad”?, reza un mail, anónimo, que ya circula por la red. Más allá del chiste de mal gusto que implica pretender que la ciudad no estaba “destruida” antes y muchísimo más allá de lo que hayan hecho las mujeres que participaron del Encuentro, el sentido de repulsión ante las mujeres que nos visitaron no se puede ocultar en el trasfondo de esa frase. Porque quien la escribió sabe, seguramente, no sólo que quienes ocasionaron los destrozos a los que aluden son grupos minúsculos dentro de la marea humana que desbordó el Encuentro; sino, y sobre todo, que estos grupúsculos no representan, para nada, el espíritu de semejante reunión. Uno tiene derecho a pensar que estas agrupaciones minoritarias no sólo son conscientes de lo que generan sino que están decididas a sabotear y romper el ENM tal como lo conocemos (conseguidos con, por lo menos, 25 años de lucha y organización) para así transformarlo, en vez de en un Encuentro de miles de mujeres discutiendo democráticamente, en un encuentro de unos pocos cientos de militantes organizadas: “pocas pero buenas”.
Pese a ellas, y mal que les pese, muy probablemente en Bariloche, el año que viene, ocurrirá algo similar a lo ocurrido este año en Paraná: miles de mujeres (incluso del resto de Latinoamérica) debatieron, desde sus problemas específicos, de género, hasta sus problemas como parte de las clases trabajadoras, en el marco de esta crisis económica que a éstas, principalmente, tanto castiga. En este marco, en Paraná se abrieron (sólo por ejemplo) 8 talleres sobre problemas intrafamiliares, 9 de juventud, 5 sobre violencia, 3 de derechos humanos, 3 para discutir sobre los medios de “comunicación”, 3 sobre salud, 4 de mujeres mayores, 2 de sindicatos… y la lista sigue. Que frente a todo esto, algunos prefieran sólo hablar de y recordar a las pintadas que quedaron en la ciudad, con todo el derecho que, indudablemente, tienen los dueños de las casas o de los comercios a tener bronca; es hacerle el juego a quienes quieren boicotear los Encuentros…
Jesuana Aizcorbe, una de las integrantes de la Comisión Organizadora que leyeron las palabras de bienvenida en el Acto de Apertura, se emocionó hasta las lágrimas en un tramo del discurso. Fue al explicar que la elección del Parque Berduc como lugar para el acto estaba cargada de compromiso y sentido político. Es que allí fue asesinada Eloísa Paniagua, en el marco de la represión al levantamiento popular de diciembre de 2001 que también se cobró las vidas, en Paraná, de Romina Ituraín y de José Daniel Rodríguez. Los tres asesinatos siguen impunes. Quejarse de las pintadas y de la “mugre” que dejó el Encuentro en la ciudad, sin resaltar, muchísimo antes y muchísimo más, todo lo que éste dejó en enseñanzas de democracia, solidaridad, conciencia y búsqueda de emancipación; es como quejarse por lo poco estética que pueda quedar la cruz que recuerda a Eloísa en el Parque, sin recordar y resaltar, muchísimo antes y muchísimo más, toda la injusticia, el dolor, la muerte, la bronca, la postergación, el desamparo, la lucha y la búsqueda de emancipación, que nos muestran y dicen ese nombre, en esa cruz, en ese Parque.
Tomaron el aborto como excusa; pero no les molesta sólo el debate sobre su despenalización. Les molesta que se pongan de pie, que osen denunciar el crimen de la trata, que estén convencidas de que “ninguna mujer nace puta”, que tengan el coraje de sacar a sus hijos de la droga, que se atrevan a enfrentar el puño que las castiga, que señalen con el dedo la dominación del machismo, que rechacen el “derecho de pernada” impuesto bajo diversas formas (hasta como acoso sexual); les molesta, en definitiva, que se animen a tomar el timón de sus vidas.
Algún reaccionario, que existir existen, en los comentarios de una página web local, dejó bien en claro su mensaje: “¿de qué hospital se escaparon estas locas”? A éste vecino y a varios periodistas y políticos de por acá, les molesta tanta democracia. Les jode que se diga lo que durante tanto tiempo tantos supieron mantener tan bien callado. Locas, como aquellas madres de la Plaza de Mayo, que hace más de 30 años empezaron a gritar lo que no muchos se animaban a susurrar en la clandestinidad. Locas, que pese a todos sus dramas, sus dolores, los golpes y la opresión; siguen apostando. Por la lucha, por la vida, por juntarse para marchar y cantar, por el derecho, entre tantos otros derechos postergados, el derecho a la alegría.
En la movilización, grupos minoritarios se dedicaron a dejar sus consignas estampadas en las paredes de domicilios particulares, las vidrieras de algunos negocios y varios edificios públicos, entre los cuales se encuentran algunas de las escuelas en las que el propio ENM funcionó. Esto sirvió de excusa para que los referentes más previsibles del periodismo reaccionario vernáculo dieran rienda suelta a la bronca que les dio ver semejante movilización, autónoma y democrática, en la ciudad durante tres días: obviamente, el balance incluyó las pintadas, pero casi ni una línea dedicaron (algunos medios, no todos) al debate, al compromiso y al esfuerzo de las miles de mujeres que se dieron cita en el encuentro.
Los talleres, corazón del encuentro
“Para muchas de nosotras, el Encuentro es el único lugar donde podemos contar lo que nos pasa…” Con estas palabras, entre otras, la Comisión Organizadora dio el puntapié inicial al ENM el sábado por la mañana, en un impresionante acto que reunió, en el Parque Berduc y bajo un sol duro, más veraniego que primaveral, a 25.000 mujeres. Y no es mentira: la violencia de género (incluyendo el cada vez más habitual, en Argentina y Entre Ríos, feminicidio), la complicidad del Estado en la trata de personas (que incluso en nuestra provincia implica el secuestro, la “comercialización” y hasta la esclavitud en las redes montadas a tal efecto), la violencia física y psicológica contra las mujeres, dentro y fuera de las familias, el maltrato y el abuso infantil, la identidad, la educación sexual, la salud, la política, los derechos humanos…; son temas que indudablemente en incalculable cantidad de familias, de barrios, de medios de comunicación, de ciudades, de oficinas estatales y dependencias policiales, son tabú aún hoy; digan lo que digan los que dicen que somos una sociedad “moderna”, “civilizada”, “democrática” y todo eso que en los libros de cuentos de la editorial Santillana suena tan lindo.
De hecho, esta necesidad de expresarse, de contar y ser escuchadas, de escuchar y discutir propuestas (no sólo descripciones), se ve reflejada en la composición de la masa asistente a los ENM. Son miles las mujeres que llegan hasta la ciudad donde el Encuentro se realiza, luego de haber juntado peso por peso en actividades grupales y solidarias durante todo el año, en sus ciudades y provincias de origen. Mujeres humildes, trabajadoras, que llegan cargando sus hijos a veces, sus dolores y privaciones casi siempre. Mujeres que conocieron todas las penurias posibles y quizá no tuvieron ningún ámbito, público ni privado, en el que pudieran ser contenidas, apoyadas, acompañadas. Allí, en el Encuentro, uno las ve apurarse por llegar a los talleres, ávidas de discusión, leyendo los volantes y revistas que tantas de ellas escriben y tantas otras reparten, organizadas en agrupaciones o no, y con sus dramas personales que, eso sí, allí nadie dudará que siempre, por más “individuales” que parezcan, son políticos y son sociales. Mujeres que en muchos casos debieron sortear duras trabas (familiares, laborales, económicas, estatales…) para llegar. ¿Cómo no va a ser, entonces, tan sencillo y sentido su “himno”?: “Qué momento, qué momento, ¡a pesar de todo les hicimos el Encuentro!”
Así, las madres del Paco se cruzan con las madres del dolor, las mujeres que lucharon contra la represión en Bariloche con las ambientalistas de Gualeguaychú procesadas por el gobierno nacional, las trabajadoras de la paranaense fábrica recuperada Ejemplar, con las que protagonizaron las luchas históricas de Kraft - Terrabusi, Zanón y Renacer, las que acamparon días y noches en la autopista luchando por el trabajo en Paraná Metal y las que lo hacen luchando por tierras, por la reforma agraria y por soberanía alimentaria… Las historias y experiencias fluyen, como un arroyo imparable, retroalimentándose y enriqueciéndose; el Encuentro se desborda, como un río incontrolable, y las mujeres van y vienen, y hablan y se escuchan; como tantas de ellas no pueden hacerlo en casi todo el resto de los días del año…
La vida
Los grupos más reaccionarios y conservadores de militantes de la Iglesia Católica Argentina denuncian al Encuentro como “abortista”, y lo enfrentan (incluso gas pimienta en mano, como el sábado pasado en la Escuela Sarmiento) en defensa de “la vida de los niños por nacer”. Si bien, de más está decir, no existe mujer ni hombre en el mundo que esté “a favor del aborto” (como si alguna mujer disfrutara abortando, para volver a “encargar un chico” y poder así abortar de nuevo, como un hobbie), efectivamente la gran mayoría de las mujeres que participa en el Encuentro coincide en la necesidad (y lucha por ella) de conseguir la legalización de la interrupción voluntaria de los embarazos no deseados. Las mujeres que no comparten esta visión son escuchadas también en el Encuentro y, de hecho, el día de cierre leyeron sus conclusiones con sus posturas también en el Parque Berduc.
Pero, ¿por qué es que esta discusión en particular (que, insistimos, es una entre tantas en el Encuentro) genera tanta polémica y rechazo en ciertos sectores de la sociedad? Ocurre que el ENM lo que hace es poner en palabras lo que durante todo el año, desde siempre, tantos (con la Iglesia Católica como principal referente) se ocupan en barrer bajo la alfombra de la hipocresía y el silencio: los abortos en Argentina existen, se realizan, y por miles. No por gusto: son fruto en muchos casos de la falta de recursos materiales y/o culturales para la planificación familiar, de la deficiencia en la educación sexual, de abusos y violaciones… Ocurre también que, y también lo dicen mayoritariamente las participantes de los ENM, las mujeres que mueren (una por día en el país) por abortos realizados en condiciones antihigiénicas, insalubres y precarias, son siempre las mismas: mujeres pobres. Otras mujeres, tantísimas también, tienen acceso a clínicas privadas en las que, en condiciones de asepsia y seguridad garantizadas, realizan sus abortos por hasta 3.500 pesos sin que nadie más se entere. Familiares de éstas últimas, probablemente, estén entre los que se rasgan las vestiduras cuando ven a tantas mujeres trabajadoras discutir, en voz alta y sin tapujos, alrededor de su ya célebre consigna / reclamo: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Así, del mismo modo en que tantos gerentes serios y pulcros son clientes fijos de las redes de prostitución pero no dudan en calificar despectivamente de “putas” a las mujeres que se organizan para luchar por sus derechos; los sectores ultrarreaccionarios de la Iglesia que traban e impiden la concreción de una educación sexual pública realmente masiva y sostenida en el tiempo, los que prometen que atarían una piedra al cuello y tirarían al mar a los funcionarios que osen implementar (con todos los límites y deficiencias que le conocemos al Estado argentino) la distribución de preservativos en hospitales y centros de salud, los que están en contra de la generación de condiciones de igualdad ante el aborto, por parte del Estado, para las mujeres “bien” y para las pobres; esos mismos sectores son los que califican de “asesinato” a la interrupción del embarazo no querido en las 12 semanas posteriores a la gestación.
“No defienden la vida, sino el aborto clandestino”, señalaba un volante. Efectivamente, los abortos clandestinos realizados en condiciones de pobreza son la principal causa de muerte materna desde hace más de 20 años en el país (“El aborto en debate”, Mariana Carbajal). Además, “que una de cada cuatro mujeres cometa errores en la toma de la píldora y que el 29% de los embarazos no planificados ocurra justamente por alguna equivocación en la forma de usar la píldora es una tendencia común en América latina y es un patrón de falta de educación sexual” (Alicia Figueroa, ginecóloga, miembro del Comité de Desarrollo del Celsam). Llamativamente, todas las medidas que llevarían a una reducción real de la cantidad inmensa de embarazos adolescentes (más de 100.000 por año en Argentina) y de abortos, son las que estos sectores “religiosos” combaten.
Porque el aborto es uno de los principales factores de la “inseguridad” generada por este Estado de tantos modos y en tantas vidas “ausente”, porque la falta de información, educación y recursos, obliga a miles de mujeres a tener que abortar y a arriesgar sus vidas y su salud de este modo, porque esta “decisión” no es una responsabilidad individual sino una imposición social; es por todo eso que más de 280 organizaciones sociales en Argentina, los consejos superiores de por lo menos tres universidades nacionales y la organización de derechos humanos internacional Amnistía Internacional, sólo por ejemplo, se han proclamado a favor del fin de la penalización del aborto y de la represión y el castigo a las mujeres pobres que lo realizan.
En fin: que los que miraron para otro lado cuando el Estado secuestraba, violaba, asesinaba y desaparecía y les robaba los hijos a miles de argentinos (tantísimos de ellos católicos), ahora se erijan en los grandes defensores de “la vida” frente a estas mujeres que recorren miles de kilómetros todos los años para juntarse a discutir cómo luchar para conquistar mejores condiciones de vida, para ellas y sus vecinos; es paradójico, increíble, irónico y, sobre todo, hipócrita. Sus miradas son tan hipócritas, machistas, racistas y elitistas, como lo fueron aquellos jueces que desde el púlpito condenaron a Romina Tejerina… y dejaron en libertad a su violador.
La marcha
Pese al silencio casi unánime de la gran cadena nacional de medios privados (sólo Página 12 le dedicó su portada, el lunes), la movilización de 30.000 mujeres por la ciudad de Paraná (inédita para una marcha política por estos pagos) fue imponente. Desde el ya conocido “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, pasando por “Ni golpes de Estado, ni golpes de machos”, “Si una mujer dice no, es no”, “Soberanía de los pueblos y de los cuerpos”, “Ninguna mujer nace para puta”, hasta el canto de “Vení Urribarri, vení a contar, por qué Fernanda acá no está”; las consignas se repitieron por miles en diversidad y cantidad, en pancartas, panfletos y, sobre todo, en canciones. En la capital de la provincia en la que María Inés Cabrol murió sin haber podido encontrar a su Fernanda, y en la que hay un solo detenido por delitos vinculados a la extensa y archiconocida red de prostíbulos en los que mayores y menores son explotadas sexual y laboralmente, en el centro-este de un país atravesado, cada vez más inocultablemente por la violencia de género, donde las golpizas contra las mujeres se multiplican por miles en barrios y casas sin diferencia de clase social, y las comisarías de la mujer no funcionan o lo hacen a media máquina; allí fue que sus gritos retumbaron y quedaron marcados, mucho más que los graffitis, en el aire, en las calles, y en la piel y la memoria de las manifestantes.
“Algo cambia en cada mujer que participa”, “el Encuentro somos Todas”; son otras de las frases que no son huecas, vacías ni idealistas: se hacen carne y experiencia vívida en miles, venidas de todo el país.
Las locas
¿“Con qué derecho estas mujeres vinieron a destruir mi ciudad”?, reza un mail, anónimo, que ya circula por la red. Más allá del chiste de mal gusto que implica pretender que la ciudad no estaba “destruida” antes y muchísimo más allá de lo que hayan hecho las mujeres que participaron del Encuentro, el sentido de repulsión ante las mujeres que nos visitaron no se puede ocultar en el trasfondo de esa frase. Porque quien la escribió sabe, seguramente, no sólo que quienes ocasionaron los destrozos a los que aluden son grupos minúsculos dentro de la marea humana que desbordó el Encuentro; sino, y sobre todo, que estos grupúsculos no representan, para nada, el espíritu de semejante reunión. Uno tiene derecho a pensar que estas agrupaciones minoritarias no sólo son conscientes de lo que generan sino que están decididas a sabotear y romper el ENM tal como lo conocemos (conseguidos con, por lo menos, 25 años de lucha y organización) para así transformarlo, en vez de en un Encuentro de miles de mujeres discutiendo democráticamente, en un encuentro de unos pocos cientos de militantes organizadas: “pocas pero buenas”.
Pese a ellas, y mal que les pese, muy probablemente en Bariloche, el año que viene, ocurrirá algo similar a lo ocurrido este año en Paraná: miles de mujeres (incluso del resto de Latinoamérica) debatieron, desde sus problemas específicos, de género, hasta sus problemas como parte de las clases trabajadoras, en el marco de esta crisis económica que a éstas, principalmente, tanto castiga. En este marco, en Paraná se abrieron (sólo por ejemplo) 8 talleres sobre problemas intrafamiliares, 9 de juventud, 5 sobre violencia, 3 de derechos humanos, 3 para discutir sobre los medios de “comunicación”, 3 sobre salud, 4 de mujeres mayores, 2 de sindicatos… y la lista sigue. Que frente a todo esto, algunos prefieran sólo hablar de y recordar a las pintadas que quedaron en la ciudad, con todo el derecho que, indudablemente, tienen los dueños de las casas o de los comercios a tener bronca; es hacerle el juego a quienes quieren boicotear los Encuentros…
Jesuana Aizcorbe, una de las integrantes de la Comisión Organizadora que leyeron las palabras de bienvenida en el Acto de Apertura, se emocionó hasta las lágrimas en un tramo del discurso. Fue al explicar que la elección del Parque Berduc como lugar para el acto estaba cargada de compromiso y sentido político. Es que allí fue asesinada Eloísa Paniagua, en el marco de la represión al levantamiento popular de diciembre de 2001 que también se cobró las vidas, en Paraná, de Romina Ituraín y de José Daniel Rodríguez. Los tres asesinatos siguen impunes. Quejarse de las pintadas y de la “mugre” que dejó el Encuentro en la ciudad, sin resaltar, muchísimo antes y muchísimo más, todo lo que éste dejó en enseñanzas de democracia, solidaridad, conciencia y búsqueda de emancipación; es como quejarse por lo poco estética que pueda quedar la cruz que recuerda a Eloísa en el Parque, sin recordar y resaltar, muchísimo antes y muchísimo más, toda la injusticia, el dolor, la muerte, la bronca, la postergación, el desamparo, la lucha y la búsqueda de emancipación, que nos muestran y dicen ese nombre, en esa cruz, en ese Parque.
Tomaron el aborto como excusa; pero no les molesta sólo el debate sobre su despenalización. Les molesta que se pongan de pie, que osen denunciar el crimen de la trata, que estén convencidas de que “ninguna mujer nace puta”, que tengan el coraje de sacar a sus hijos de la droga, que se atrevan a enfrentar el puño que las castiga, que señalen con el dedo la dominación del machismo, que rechacen el “derecho de pernada” impuesto bajo diversas formas (hasta como acoso sexual); les molesta, en definitiva, que se animen a tomar el timón de sus vidas.
Algún reaccionario, que existir existen, en los comentarios de una página web local, dejó bien en claro su mensaje: “¿de qué hospital se escaparon estas locas”? A éste vecino y a varios periodistas y políticos de por acá, les molesta tanta democracia. Les jode que se diga lo que durante tanto tiempo tantos supieron mantener tan bien callado. Locas, como aquellas madres de la Plaza de Mayo, que hace más de 30 años empezaron a gritar lo que no muchos se animaban a susurrar en la clandestinidad. Locas, que pese a todos sus dramas, sus dolores, los golpes y la opresión; siguen apostando. Por la lucha, por la vida, por juntarse para marchar y cantar, por el derecho, entre tantos otros derechos postergados, el derecho a la alegría.
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